Toru Kumon, el fundador del método, creía en la importancia de descubrir y estimular las habilidades de cada niño. De esta forma, él desarrollaría el autodidactismo y su potencial de crecimiento se volvería ilimitado. Por esto, para auxiliar a que los alumnos trabajen las propias capacidades, tenemos orientadores que no enseñan, pero los ayudan a progresar por sí solos.
Como explica Bruna Vitorino, coordinadora pedagógica de Kumon, “el profesor es nuestro material didáctico, con ejercicios y ejemplos, elaborados para que la asimilación del contenido ocurra de forma independiente.” Así, el orientador desempeña un rol diferente al del docente, ya que no explica el asunto detalladamente; al contrario, analiza como los estudiantes resuelven las actividades, da consejos y hace preguntas para guiar el razonamiento.
La metodología fue creada con la intención de proporcionar el placer de construir el conocimiento. Después, los alumnos reciben un plan de estudio personalizado y orientación individualizada, evolucionando sin presiones ni sobrecargas.
Las clases ocurren dos veces por semana y, en la misma clase, hay estudiantes con edades y capacidades diferentes. Cuando alguien demuestra dificultad, el orientador provee consejos para llegar a la solución. Pero no dice la respuestas. Si una persona comete un error, él la ayuda a encontrar y corregir el error.
“Su rol es evaluar competencias académicas, personalidad y sentimientos para ofrecer un cronograma adecuado a las necesidades de cada uno”, afirma Bruna.
El orientador también es responsable por darse cuenta y elogiar los pequeños avances, manteniendo a los alumnos motivados, interesados por el conocimiento y por el autodidactismo. Además, garantiza que ellos pasen a temas más complejos después de dominar temas básicos.
Hace 40 años en Brasil, Kumon ayuda a formar ciudadanos preparados para enfrentar los desafíos que surgirán más adelante.